Es un secreto a voces: en este país ya nadie se atreve a
silbar y son pocos los que tararean. Se pueden contar con los dedos de una mano cuantos osan cantar en la ducha. Todos saben cuál es el motivo de esta oleada de pánico: cuatro letras. SGAE (www.sgae.es). Uno puede estar silbando en el tren y oír una voz a sus espaldas, "usted, el que silba". Un tipo de negro y con gafas de sol, libretita y lápiz con la punta bien afilada nos llama la atención. "¿Le he oído bien? Estaba usted silbando a Juanes. Van a ser 50 céntimos". Ya, seguro que a muchos les suena a ciencia-ficción, pero también nos sonaba a ciencia-ficción eso del canon y lo de cobrar por hacer una obra de teatro con los vecinos. Cierto, podemos intentar dedicarnos a grupos pequeños, alejados del torbellino mediático, con la esperanza de que así el señor de negro y sus colegas no nos arrinconarán una noche al volver a casa. "Lleva usted días tatareando a grupos independientes, pero ya le cogeremos. No se preocupe". Sinceramente, ¿alguien cree que -como parecería obvio a primera vista- estos tipos tienen un conocimiento nulo de eso llamado relaciones públicas, un nefasto don de la oportunidad y un notorio -a la par que inexplicable- afán recaudatorio? No. Por supuesto que no. Sólo lo parece.

No hay comentarios:
Publicar un comentario